Le gustaba beber té de jazmín;
con una cucharada de miel, agua hirviendo
y dos hielos.
Tenía la sonrisa acomodada
y el brillo en la mirada
de quién tiene un buen recuerdo.
Recorría las letras de su diario
como si quisiera reconstruir los recuerdos
con pases de magia,
soltaba un suspiro largo
y golpeaba la punta de su bolígrafo en el papel.
Al terminar se quitaba las gafas de pasta dura,
mordía una de las patitas
y daba un sorbo a su taza de té.
Miraba a su marido recostado a su lado,
escribiendo en su agenda
las actividades del siguiente día;
se recostaba en su pecho
y le leía poesía para explicarle su amor,
él hacía como que la entendía,
le besaba la frente y le acariciaba el cabello
sin dejar de mirar su móvil.
Ella le quitaba dulcemente los anteojos,
el móvil y las ganas del cuerpo,
se quedaba dormida sobre su pecho
mientras él le rezaba
alguna poesía que no entendía.